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Flamengo avanza a la final de la Copa Libertadores y Racing queda a las puertas de la historia

La noche terminó con un silencio extraño. En el Cilindro de Avellaneda, entre banderas arrugadas y lágrimas que no sabían dónde caer, los hinchas de Racing se quedaron aplaudiendo. No porque hubiera consuelo, sino porque algo dentro de ellos necesitaba agradecer. A su equipo. A la ilusión. A la idea —tan argentina— de que se puede perder dejando el alma.

El gol en contra de Marcos Rojo en Río de Janeiro fue una jugada mínima, una carambola que definió una historia de meses. Y, al final, fue Agustín Rossi, el arquero argentino del Flamengo, quien sostuvo el destino: manos firmes, reflejos imposibles, y un temple que convirtió la desesperación de Racing en frustración muda.

Tras el empate sin goles en Avellaneda, la Academia quedó eliminada de la Copa Libertadores, mientras los brasileños avanzan a una nueva final continental. Para Racing, que no alcanzaba una semifinal desde 1997, el sueño terminó a un paso de volver a tocar la gloria que solo conoció en 1967, cuando Juan José Pizzuti lo condujo a lo más alto.

Una búsqueda con el corazón

Desde el primer minuto, el equipo de Gustavo Costas jugó el partido con los dientes apretados. No hubo pausas ni respiros, solo una urgencia constante por romper la muralla roja y negra. En los primeros compases, Facundo Mura envió un centro medido que Tomás Conechny cabeceó con potencia; Rossi respondió con una atajada que fue casi una declaración de intenciones.

Racing fue pura voluntad. Pero el Flamengo, que parecía moverse con la naturalidad de quien ha estado muchas veces en estas instancias, logró adormecer el juego. La pelota pasaba por Giorgian De Arrascaeta, la figura cerebral del mediocampo, y cada ataque brasileño tenía una elegancia inquietante.

Del otro lado, Facundo Cambeses —el arquero académico— sostuvo lo que pudo. En dos jugadas clave, evitó lo que parecía inevitable: primero ante Guillermo Varela, luego ante un zurdazo de De Arrascaeta que tapó con el rostro.

El segundo tiempo y la ilusión rota

La expulsión de Gonzalo Plata por un manotazo a Marcos Rojo cambió la historia. Racing creció, se adueñó del balón y empujó con todo el peso de sus hinchas detrás. Duván Vergara y Agustín Almendra aportaron vértigo. Almendra, en particular, encontró espacios y probó desde media distancia, pero otra vez Rossi respondió con reflejos quirúrgicos.

En los últimos 20 minutos, el Cilindro se transformó en un grito inacabado. Racing lo acorraló, llenó el área de centros, buscó con Luciano Vietto y Adrián Balboa. Tuvo el empate, incluso la victoria, en jugadas que murieron a centímetros del arco. Pero Flamengo, astuto y curtido en estas batallas, hizo lo que suelen hacer los campeones: enfriar, esperar y resistir.

Cuando el árbitro chileno Piero Maza marcó el final, los brasileños levantaron los brazos con una calma casi burocrática. Racing, en cambio, cayó de rodillas. Algunos lloraron, otros miraron al cielo. En la tribuna, miles siguieron cantando como si pudieran cambiar el resultado con la voz.

Un club y su espejo

Racing había vuelto a creer. Su camino hasta la semifinal —conquista de la Sudamericana, la Recopa y un plantel golpeado por lesiones— lo devolvió al centro de la conversación continental. Pero el fútbol, a veces, no tiene espacio para las epopeyas: solo para los resultados.

“Dejamos todo”, dijo Costas, con la mirada perdida. “Nos faltó un gol y un poco de suerte. Pero estos jugadores hicieron historia.”

Afuera del estadio, un niño con la camiseta número 10 de Juan Fernando Quintero le preguntaba a su padre si Racing podría ganar la próxima vez. El hombre no respondió. Solo lo abrazó y le dijo, casi en voz baja: “Esto también es el fútbol, hijo”.

Y así, mientras el Flamengo ya piensa en Lima, donde buscará otro título continental, Racing se va con una certeza que no necesita trofeos para existir: que el coraje, a veces, también es una forma de victoria.


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