Gentrificación. El precio oculto de embellecer una ciudad
La gentrificación es un fenómeno urbano contemporáneo que describe la transformación de barrios populares o deteriorados por la llegada de población con mayor poder adquisitivo. El término proviene del inglés gentry (clase alta) y fue adoptado por la Real Academia Española en 2023.
El proceso conlleva una mejora física del entorno, pero también implica un alza en los precios del suelo y de la vivienda, y el desplazamiento de los residentes originales que no pueden afrontar los nuevos costos. La gentrificación no es un progreso neutro, sino una forma encubierta de exclusión social legitimada por políticas públicas, inversiones privadas y discursos de renovación urbana.
México: La Furia de los desplazados
México se ha consolidado como un destino cada vez más atractivo para un número considerable de extranjeros, incluyendo un estimado de 1.600.000 estadounidenses. El proceso de gentrificación se ha intensificado notablemente en los últimos años, especialmente tras la pandemia de COVID-19, impulsado en gran medida por el auge de los «nómadas digitales» y jubilados extranjeros que buscan un menor costo de vida y una mejor calidad de vida. Se estima que más de 90.000 nómadas digitales residen actualmente en México, concentrándose en los centros urbanos más populares.
En la Ciudad de México, barrios tradicionales como Roma, Condesa, Polanco y el Centro Histórico experimentaron una transformación radical y acelerada. Las consecuencias directas para los residentes locales fueron devastadoras: un aumento drástico e insostenible tanto en los precios de alquiler como de compra de viviendas, lo que provocó el desplazamiento generalizado de los habitantes de menores ingresos. Esta presión económica también llevó a la desaparición de negocios locales de larga tradición, reemplazados por establecimientos que atienden a un nuevo y más adinerado público. Un ejemplo particularmente crudo es el barrio de Tepito, históricamente de clase trabajadora, donde desarrolladores inmobiliarios incluso intentaron cambiar el nombre del barrio en un intento de «revalorizarlo» y atraer a nuevos compradores de mayor poder adquisitivo.
La expansión de plataformas de alojamiento colaborativo como Airbnb desempeñó un papel decisivo y a menudo criticado:
Su proliferación contribuyó significativamente a la escalada de precios y a una drástica reducción de la oferta de vivienda disponible para alquiler permanente, estrangulando aún más a los residentes locales. Acompañando este cambio demográfico, se fueron produciendo profundos cambios culturales, como el uso cada vez más frecuente del inglés en establecimientos comerciales y en la vida cotidiana. Esta imposición lingüística y cultural generó y genera un rechazo considerable y protestas crecientes por parte de los habitantes originales, quienes se sienten cada vez más ajenos en sus propias comunidades.
Las recientes manifestaciones antigentrificación que sacudieron la Ciudad de México, especialmente las del 4 de julio, pusieron de manifiesto la profundidad de esta frustración. Estas protestas, que comenzaron pacíficamente, lamentablemente escalaron a actos de violencia, con vandalismo dirigido a negocios de lujo (incluyendo un Starbucks y una popular cadena de tacos) y grafitis agresivos con mensajes como «Gringo go home», «Mi cultura no es tu tendencia» y el alarmante «Matar a un gringo». Las manifestaciones llegaron incluso a la Embajada de Estados Unidos, reflejando la culpa directa que algunos manifestantes atribuyen a los residentes extranjeros por su desplazamiento económico y erosión cultural.
Las respuestas de las autoridades han sido matizadas:
La presidenta Claudia Sheinbaum condenó los actos violentos como «xenófobos» pero, al mismo tiempo, reconoció que la gentrificación es un fenómeno que «necesita ser abordado». La alcaldesa de la Ciudad de México, Clara Brugada, también reconoció el daño causado por la gentrificación y se comprometió a aumentar la vivienda asequible y a implementar políticas públicas para combatir el fenómeno. Sin embargo, expertos señalaron que las fallas gubernamentales y políticas específicas, como el acuerdo de 2022 de la entonces alcaldesa Sheinbaum con Airbnb y la UNESCO para promover la Ciudad de México como destino de trabajo remoto, han contribuido activamente a la aceleración de la gentrificación. Esto revela que el problema no es solo un fenómeno de mercado orgánico, sino también una consecuencia de decisiones políticas que priorizan ciertos tipos de crecimiento económico sobre la equidad social. El contexto más amplio es aún más alarmante: los precios de la vivienda en todo México aumentaron un asombroso 247% entre 2005 y 2021, lo que ilustra una crisis de vivienda sistémica que precede y es exacerbada por las tendencias recientes de gentrificación.
La fusión de quejas económicas (costos de vivienda disparados) con profundas frustraciones culturales y de identidad (dominio del inglés, pérdida de carácter local) crearon un terreno fértil para la tensión social, que escaló en protestas públicas. Los lemas particularmente agresivos indican que esta frustración trascendió la mera queja económica para convertirse en un rechazo más visceral y basado en la identidad, lo que plantea serias preocupaciones sobre la xenofobia y la cohesión social. Esta escalada significa un ajuste de cuentas social más profundo.
Europa de Barcelona a París, la resistencia crece:
En Europa, el fenómeno de la gentrificación también impactó y se fue incrementando notablemente desde la década de 1980, impulsado en gran medida por el auge del turismo y los profundos cambios en el mercado inmobiliario. España presenta casos específicos y bien documentados, en Madrid barrios como Chueca, Malasaña, Lavapiés, La Latina, Tetuán y Usera experimentaron intensos procesos de gentrificación. En Barcelona, zonas como el Raval y la Barceloneta son ejemplos claros de esta «elitización urbana». La proliferación de departamentos turísticos, a menudo facilitada por plataformas, y la especulación inmobiliaria desenfrenada elevaron el costo de vida a niveles inasequibles para muchos residentes locales.
Sin embargo, la experiencia europea, particularmente en España, demuestra que, si bien la gentrificación es impulsada por poderosas fuerzas de mercado, una fuerte organización comunitaria y un tejido social robusto pueden actuar como una contrafuerza significativa, aunque a menudo parcial, mitigando algunos de sus impactos más severos. En barrios de Barcelona como Poble Sec, Hostafrancs y Sants, un fuerte tejido asociativo y cooperativo está logrando amortiguar parcialmente estas transformaciones, trabajando activamente para preservar su querida «esencia de barrio» y su identidad. En Sevilla, el casco histórico y el arrabal de San Bernardo sufrieron un intenso proceso de gentrificación, pero surgieron potentes movimientos vecinales como la Plataforma por La Casa del Pumarejo y la Liga de Inquilinos de Sevilla para denunciar el acoso inmobiliario y presionar a la administración pública para proteger a los residentes tradicionales y garantizar viviendas accesibles. Esto destaca que el resultado de la gentrificación no es enteramente determinista; la acción colectiva, la solidaridad comunitaria y la resistencia organizada pueden desempeñar un papel crucial en la defensa de la identidad y la asequibilidad local.
En el caso de París:
Aquí la gentrificación comenzó a manifestarse a finales de los años 70 y se hizo claramente visible en los 90: un período que coincidió notablemente con políticas de urbanismo que priorizaban proyectos de rehabilitación. Estas políticas públicas del pasado, aunque aparentemente dirigidas a la mejora urbana, contribuyeron inadvertidamente al desplazamiento de las clases populares hacia la periferia de la ciudad, llevando a su concentración en áreas como el Norte y el Este de París. Aunque desde 2001 hubo un relanzamiento significativo de la producción de vivienda social, el proceso de gentrificación sigue avanzando implacablemente, impulsado por el despiadado incremento de los precios inmobiliarios y las expectativas de los “gentrificadores” sobre el embellecimiento y la vitalidad cultural de la ciudad. La trayectoria histórica de la gentrificación en París revela cómo políticas de rehabilitación urbana, incluso aquellas destinadas a mejorar la estética de la ciudad, pueden tener efectos perjudiciales a largo plazo sobre la equidad social al desplazar sistemáticamente a las poblaciones de clase trabajadora y exacerbar la segregación espacial.
Las protestas observadas en la Ciudad de México no son incidentes aislados, sino que hacen eco de un descontento global más amplio contra el turismo masivo y la gentrificación. Protestas similares y crecientes están ocurriendo en otras grandes ciudades europeas. El viejo continente recibió 747 millones de viajeros internacionales el año pasado, superando con creces a cualquier otra región, y el sur y oeste de Europa acogieron a más del 70% de ellos. Esta afluencia masiva ejerce una presión considerable sobre los mercados de vivienda, los recursos hídricos y los servicios públicos, alimentando el resentimiento local.
Ciudades sostenibles:
El fenómeno de la gentrificación no puede entenderse simplemente como un efecto colateral del progreso urbano. Es, ante todo, una estrategia estructural de acumulación de capital que reconfigura el espacio urbano según lógicas de rentabilidad, no de habitabilidad. Si bien ofrece mejoras físicas visibles, estas transformaciones están marcadas por profundas desigualdades sociales y culturales. Frente a esta realidad, la resistencia ciudadana no solo es comprensible, sino necesaria. Desde los movimientos vecinales hasta los marcos legislativos locales, urge una política urbana centrada en el derecho a la ciudad: un derecho colectivo, no individual; un derecho a producir, habitar y apropiarse del espacio urbano. En este sentido, la gentrificación no debe abordarse únicamente como un problema de vivienda, sino como un conflicto estructural sobre a quién pertenece la ciudad, quién decide su forma y quién tiene derecho a quedarse. Solo una respuesta política y social decidida va a poder frenar esta nueva forma de desposesión silenciosa que, si no se enfrenta, amenaza con vaciar nuestras ciudades de ciudadanía.