Latinos en EEUU viviendo en el corazón del miedo
A principios de junio, una redada federal en un mayorista de ropa en el centro de Los Ángeles desencadenó una cadena de acontecimientos que ha transformado la vida cotidiana de miles de residentes latinos en Los Angeles. Desde entonces, agentes de migración han detenido a unos 2000 migrantes en operativos visibles, sorpresivos y cargados de tensión, afectando a comunidades enteras, sin importar si sus miembros son ciudadanos, residentes legales o indocumentados.
Según un informe de varios medios, y en particular del New York Times la situación en las calles de EEUU es realmente preocupante. “Ya no se puede caminar tranquilo por la calle”, comenta Héctor Mata, un joven ciudadano estadounidense de 22 años. “Soy moreno, y eso es todo lo que necesitan”, dice, evidenciando una realidad compartida por muchos: el miedo no distingue entre estatus migratorio o lugar de nacimiento. Se ha convertido en una sombra omnipresente para quienes tienen rasgos latinos.
Los operativos, defendidos por funcionarios federales como una acción legítima para retirar a migrantes con antecedentes penales, han sido denunciados por activistas, políticos locales y residentes como una política basada en perfiles raciales. Videos virales muestran interrogatorios realizados en espacios públicos a personas detenidas aparentemente al azar. Un agente, por ejemplo, le exigió a un ciudadano estadounidense que demostrara su estatus migratorio preguntándole: “¿En qué hospital naciste?”.
Las consecuencias van más allá del ámbito judicial:
Líderes religiosos informan que los feligreses ya no asisten a misa; autoridades de Pasadena cancelaron actividades comunitarias como clases de natación; y celebraciones del 4 de julio fueron suspendidas en municipios como Bell Gardens por temor a nuevas redadas. El mercado de la calle Olvera, uno de los centros históricos y turísticos de la ciudad, luce ahora desolado.
Este clima de miedo ha calado hondo en hogares como el de Ana, una niñera indocumentada que lleva más de dos décadas en Estados Unidos. Su temor a ser detenida le impidió asistir a la graduación de su hija. “Todo ha cambiado”, dice. La ciudad, que durante años fue su refugio, ahora se ha reducido al encierro de su propio apartamento. Tito Rodríguez, líder comunitario en Long Beach, ha tenido que redoblar esfuerzos para repartir comida a familias que temen salir incluso a hacer las compras. “Hay tantos que no doy abasto”, asegura. Solo en un día entregaron alimentos a más de 270 familias.
Desde el gobierno federal, la narrativa es distinta. “Nuestros agentes están cumpliendo su misión”, dijo Gregory Bovino, comandante de la operación. Para ICE y la Patrulla Fronteriza, las redadas son una herramienta necesaria en el marco del control migratorio. Acusan a políticos y medios de sembrar pánico. Pero en las calles de Los Ángeles, ese pánico es tangible y paralizante.
La crisis migratoria en Estados Unidos no es nueva:
Pero las imágenes de ciudadanos migrantes, legalmente nacionalizados y norteamericano nativos, pero con rasgos latinos aterrados deberían alarmarnos más que cualquier cifra. La legalidad de un operativo no lo convierte automáticamente en legítimo si mina la confianza social, si destruye comunidades o si transforma barrios enteros en zonas de silencio y encierro.
La seguridad de ninguna nación no debería construirse a costa del miedo. Y si ese miedo tiene un solo rostro —el latino—, entonces no estamos hablando de seguridad, sino de discriminación. La historia juzgará no solo lo que se hace para proteger las propias fronteras, sino también lo que se permitió como ciudadanía que suceda en nombre de su propia protección.